Las obras de construcción de la iglesia de Santo Domingo fueron financiadas principalmente con las rentas de la capilla mayor del convento. Era habitual que los conventos cedieran el espacio principal de sus iglesias (crucero y altar mayor) a una familia noble a cambio de unas rentas anuales que pudieran mantener el edificio.
La fundación que habría de financiar las obras de la
actual iglesia de Santo Domingo se llevaría a cabo en 1603, de la mano del
doctor Francisco de Veancos, natural de
Huete, presbítero y cura de Mazarulleque, párroco de Santa María de Castejón de
Huete y beneficiado de Lebrija, en Sevilla.
Sin embargo, lo que es curioso es que existieron dos
fundaciones de capilla mayor con anterioridad, una la de Andrés González de
Monterroso, caballero cercano a los Reyes Católicos, cuyos restos fueron trasladados
posteriormente a una capilla lateral en el lado de la epístola; y la otra, la
de los Hinestrosa, que acabó en un auténtico desastre.
Esta segunda fundación, que es la más llamativa, fue realizada por doña Juana de
Hinestrosa en 1518, que dotó la capilla mayor con 6.000 maravedíes anuales y
alguna importante obra en el edificio. Suponemos que esta obra sería la
remodelación o ampliación del templo monástico.
Sin embargo, años después, fallecida esta señora, su hijo el
licenciado Diego Hernández de Hinestrosa, señor de las villas de Villar del Saz
de don Guillén de Abajo y de la Olmeda, no cumplió con el compromiso y los
frailes quitaron las lápidas y escudos de armas de los fundadores en 1540.
El licenciado ganó un juicio y consiguió restablecer la
fundación, volviéndose a colocar las lápidas en 1545. No obstante, varias
décadas después, el convento consiguió expulsar definitivamente a los
Hinestrosa de la capilla mayor, desenterrando los cadáveres de los fundadores y
remitiendo los mismos a su viuda, doña Florencia Torres de Guzmán, señora de las
villas de la Parra y de Villarejo de Periesteban que, por recibo de 30 de julio
de 1578, declara haber recibido los huesos de sus suegros.
Afortunadamente, como ya hemos dicho, don Francisco de
Veancos realizó posteriormente una fundación más potente, valorada en 60.858
reales y valiosos bienes entre los que destacaban varios censos, unas casas en
la calle de la Plaza y diversos objetos. En el acuerdo consta el uso que
tendría la capilla mayor. Los frailes solo tendrían libertad en algunas
festividades señaladas, en entierros de fraile o en funerales dedicados a
miembros de la Familia Real, ya que la gestión quedaba en manos de los patronos
y sus familiares.
Cuando se constató la ruina del templo gótico anterior en
1619, el patrón don Juan de Salcedo y Veancos y su hermana doña Isabel, llegaron
a un acuerdo con el monasterio mediante el cual ellos y sus posteriores
sucesores pagarían al convento 95.316 maravedíes cada año. Con estas rentas se
sufragaron los pagos a los maestros y albañiles que construyeron el templo, a
los que se sumaron 713 reales anuales procedentes de unos censos que el
convento cedió a los patronos mientras durasen las obras.
Por último, como ya sabemos, en 1620 fray Alberto de la Madre de
Dios, uno de los arquitectos más importantes del Barroco, diseña el templo y en 1621 comienzan las obras que finalizan hacia 1645.