Una de las leyendas más interesantes y, a su vez, desconocidas de Huete es la relacionada con el Santísimo Cristo de la Injurias. Un Cristo que tiene descolgado misteriosamente uno de sus brazos. Luego veremos qué simboliza esta anomalía.
Hoy perdura su recuerdo en la ermita de San Sebastián, situada dónde finalizan los paseos del parque de la Chopera, en la que encontramos una imagen de reducido tamaño que simboliza la existencia de otra más antigua y grande, destruida en 1936, que se veneraba en origen en la parroquia de la Trinidad.
De aquella imagen antigua se publicó un grabado en Madrid en 1690, del que se conserva un original en una vivienda de Torrejoncillo del Rey, que es el que publicamos en este artículo. Era tal su devoción, que el obispo Jacinto Rodríguez Rico, hacia 1825, concedió cuarenta días de indulgencia a quienes rezasen un credo delante de la imagen.
A continuación transcribo un documento del siglo XIX en el que se relata la interesante y desconocida leyenda:
SANTÍSIMO CRISTO DE LA CHOPERA.
Este sagrado simulacro ofrece la singularidad de tener el brazo derecho desclavado de la cruz y tendido hacia la tierra. Cuantos devotos se acercan a adorar al divino crucificado fíjanse el punto en esta circunstancia, y la piedad curiosa procura siempre inquirir por qué se le presenta así. Muy pocas veces habrán obtenido los forasteros una contestación satisfactoria y tengo además el conocimiento de que se ignora por muchos de los naturales. De muy niño aprendí yo una tradición que explica perfectamente la novedad que nos ocupa. La he conservado cuidadosamente en mi memoria y en mi corazón. Voy consignándola en estos renglones para satisacer la devoción cristiana:
A espaldas del templo parroquial de San Pedro, hallábanse las antiguas casas consistoriales, y cárceles de la ciudad, al punto hasta la puerta de Almazán, hoy arco del Reloj, extendíase la calle de la Trinidad, denominada así por hallarse sin duda la parroquia de esta advocación, de cuyo templo aún se conservan la portada principal y algunos paredones. Aquí se veneraba con gran devoción al Santísimo Cristo de las Injurias.
Cuando ocurría alguna sentencia de pena capital, los desventurados reos tenían que atravesar toda esta calle para ir desde las prisiones al lugar del suplicio. Era costumbre dejar abiertas durante esta patética y dolorosa ocasión las puertas de los templos del tránsito. Sentados estos preliminares que consideré convenientes y necesarios para conocer bien el lugar del suceso que voy a referir. He aquí, como la tradición lo conserva.
Un día, el vecindario hallábase fuertemente emocionado. Varios hermanos de la Paz y la Caridad, acompañado cada cual de un niño y una bandeja cubierta con velo morado y tañendo una triste y acompasada campanilla recorrían las calles demandando limosna para un reo que estaba en capilla. Una ejecución de pena capital conmueve siempre, aún en nuestros mismos tiempos, y hasta en las más grandes y populosas ciudades al vecindario. El aparato que precede a tan tremendo acto excita a las personas más animosas y varoniles cierto temor y recogimiento de compasión cristiana y caridad en favor del delincuente. Aquella noche pasose en la mayor angustia, pues habíanse esparcido el rumor de la inocencia del reo puesto en capilla y el pueblo, que simpatizaba con aquel infeliz, como simpatiza siempre en la desgracia, esperaba impaciente el amanecer del siglo día. Muy de mañana, rumorosa muchedumbre discutía por las inmediaciones de la cárcel. Llega la hora, y aparece en público nuestro reo, vistiendo la triste ropa, con el semblante pálido y demudado por el sufrimiento y el dolor. Montado en el pollino, pónese en movimiento el fúnebre cortejo. De trecho en trecho, dábase lectura a la sentencia que le condenaba a muerte. Y el desgraciado repetía siempre: ¡Soy inocente! ¡soy inocente! ¡tened compasión de mí!
Compareciéndole todos los espectadores, y hasta los mismos jueces y magistrados, hubieran querido en aquellos momentos supremos salvarle, pero resultaba en autos convicto del crimen que se le acusaba. La sentencia era firme y la ley debía cumplirse, situación terrible. Habíanse levantado en la conciencia de todos una especie de juicio en la inculpabilidad de aquel presunto reo. Presentían todos que iba a morir inocente, y sin embargo... iba a morir. Cuando se repetía la lectura de la sentencia, el desgraciado, gritando con acento desgarrador decía: ¡soy inocente! ¡soy inocente! Y en medio del silencio que producían estas palabras, oíanse algunos gemidos y algunas lágrimas que derramaban ojos comprensivos, pero nada más, no había medio posible de hacer más.
Al pasar frente al templo parroquial de la Trinidad, la puerta estaba abierta, y algunas almas caritativas hallábanse en él, rogando por el infeliz que iba a ser ajusticiado. El reo ruega le permitan detenerse algunos momentos en aquel sitio y volviendo el rostro hacia el lugar santo exclamo: Santísimo Cristo de las Injurias, Salvador mío, manso cordero y víctima inocente sacrificada por la salud del Mundo. Compadeceos de mí, sed vos el testigo que deponga de mi inocencia, líbranos de tan angustiosa situación!
Y cuando pronunciaba estas últimas palabras salían presurosos del templo los fieles que allí se habían retirado en oración gritando alborozados: ¡Milagro! ¡Milagro!.. La sagrada imagen del divino crucificado había dejado de caer su brazo derecho en la forma que hoy lo tiene para perpetuo recuerdo del perdón, mejor dicho de la inocencia de aquel presunto reo que al momento fue puesto en libertad. Tal es el origen de la particularidad que ofrece este milagroso simulacro de Jesucristo.
Cuando en 1777 se suprimió esta parroquia fue trasladada a la de San Pedro, donde ha permaecido hasta el año de 1824 que, restaurada la ermita de San Sebastián, de patronato del Ilustre Municipio, se bajo procesionalmente con gran pompa y solemnidad, colocándole en el retablo princpal. Esta ermita está situada al final de los deliciosos paseos y alameda de la Chopera, por lo cual el vulgo ha dado en llamarle el Santo Cristo de la Chopera.
Es imagen de gran tamaño y muy devota y venerable, pues aunque el trabajo artístico deja algo que desear en detalles, tiene todo de misterio, sentimiento y característica expresión religiosa.
Que las generaciones venideras adoren con fervorosa devoción al santísimo Cristo de las Injurias, por ser una imagen milagrosa y una de las joyas cristianas que posee Huete.
Fotografía de la antigua parroquia de la Santísima Trinidad
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